Por qué tirar los juguetes de tus hijos puede afectar más de lo que crees (y qué hacer en su lugar)

Por qué tirar los juguetes de tus hijos puede afectar más de lo que crees (y qué hacer en su lugar)

En un mundo donde el orden visual parece más importante que el bienestar emocional, muchos padres se enfrentan al dilema de qué hacer con los juguetes que sus hijos ya no usan. Inspirados por tendencias como el método KonMari o el minimalismo, solemos asumir que menos es más. Pero cuando hablamos de infancia, las reglas cambian.

Hace unos días, mi hijo Óliver vivió una experiencia que me hizo parar en seco. Entre él y su padre decidieron tirar su circuito de Hot Wheels. Era grande, incómodo, difícil de guardar y aparentemente… “ya no lo usaba”.

Yo no estaba del todo de acuerdo, pero lo acepté. Hasta que Óliver, horas después, preguntó por una de las piezas. La buscaba no para jugar, sino porque necesitaba tenerla cerca. En ese momento supe que habíamos tirado algo más que plástico. Habíamos tirado, sin querer, un trozo de su historia.

El error de fondo: confundir utilidad con vínculo

Como adultos, tendemos a decidir lo que es importante en función de su uso. Pero los niños no funcionan así. Para ellos, un juguete puede representar una etapa de su vida, una conexión con un momento feliz, o incluso una manera de sentirse seguros. No hay lógica racional: hay huella emocional.

Cuando tiramos un juguete sin procesarlo con ellos, sin entender lo que significa para su mundo interior, corremos el riesgo de enviar un mensaje confuso: “lo que sientes no importa tanto como el orden de la casa”.

Lo que enseña la Psicología Positiva

Barbara Fredrickson, pionera en el estudio de las emociones positivas, sostiene que las experiencias afectivas de la infancia son claves para desarrollar resiliencia, seguridad y autoestima. Si el hogar se convierte en un lugar donde lo que amas desaparece sin explicación, ese equilibrio puede romperse.

No se trata de conservar todos los objetos para siempre. Se trata de acompañar el proceso de desprenderse. Y eso implica:

  • Validar la emoción que genera esa despedida.

  • Crear un pequeño ritual o cierre simbólico.

  • Dar espacio para el recuerdo, aunque sea con una foto o una conversación.

  • Preguntar: “¿Estás preparada para soltarlo?” antes de decidir que “ya no vale”.

La casa ordenada vs. el corazón desordenado

La neuroarquitectura nos ha enseñado que los espacios afectan a nuestras emociones. Pero también que el bienestar no nace solo del minimalismo, sino del significado. Un hogar lleno de sentido es un hogar que cuida sus objetos con memoria, no con prisa.

Los niños necesitan estructura, sí. Pero también necesitan raíces. Y muchas veces, esas raíces tienen forma de pista de coches, peluche manchado o camiseta con agujeros.

¿Y si no es tan urgente tirarlo?

A veces, basta con moverlo de sitio. Dar un tiempo. Preguntar de nuevo en unas semanas. Escuchar. Mirar más allá del objeto y ver qué representa.

Porque si algo nos enseña la infancia, es esto:
No todo lo que ocupa espacio… está de más.

Y no todo lo que desaparece… se olvida sin consecuencias.

Conclusión:

El verdadero orden empieza por el respeto.
No al salón. A la emoción.

Si estás pasando por una etapa en la que tu casa, tu maternidad o tus decisiones te están haciendo ruido por dentro, podemos explorarlo juntas. A veces basta una conversación clara para que todo vuelva a colocarse… por dentro y por fuera.

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