Ver a tus hijos decir "me aburro" puede ser como un pequeño disparo de culpa. Parece que no estás haciendo lo suficiente. Que deberías tener más planes, más actividades, más estímulos. Pero ¿y si el aburrimiento no fuese el enemigo?
En realidad, el aburrimiento infantil es uno de los pocos espacios que aún permiten algo valiosísimo: la aparición del deseo, de la creatividad espontánea, del juego interno. En un mundo sobrecargado de pantallas y agendas, el aburrimiento es un acto revolucionario.
Muchas madres —y especialmente mujeres exigentes, trabajadoras, cuidadoras y responsables— caen sin querer en una trampa invisible: pensar que el verano de sus hijos debe parecerse a un catálogo de actividades. Lo hacen desde el amor. Pero también desde una idea tóxica: la de que “una buena madre siempre tiene un plan”.
El problema no es solo el desgaste logístico. El problema es más profundo: al evitar el aburrimiento de nuestros hijos, también evitamos que aprendan a habitar el silencio. A descubrir qué les apetece realmente. A conectar con su mundo interno sin interferencias.
Y aquí llega lo más incómodo: si a ti te cuesta verles aburridos… ¿cómo llevas tus propios momentos de vacío?
El aburrimiento infantil no solo habla de ellos. Habla de ti. De tu forma de gestionar la pausa. El silencio. La falta de estímulo. Muchas veces, el impulso de llenar su tiempo no es más que una reacción a tu propio miedo al vacío.
En consulta, lo veo cada verano. Mujeres brillantes, sensibles y generosas que llegan agotadas. No por las vacaciones en sí, sino por sostener la culpa de no estar “haciendo bastante”. Y cuando lo trabajan, algo se desbloquea:
El aburrimiento bien acompañado no es peligroso. Es nutritivo.
Una clienta me compartió este cambio: “Mi hija decía cada día ‘mamá, me aburro’ y yo sentía que fallaba. Hasta que un día le dije: ‘perfecto, es tu momento para inventar algo’. Al principio protestó. Pero luego se encerró con una caja y unos lápices... y salió una hora después con una obra de teatro que nos dejó sin palabras.”
Ese cambio comenzó en una sesión. Cuando esta madre se permitió no ser perfecta. Cuando dejó de cargar con toda la responsabilidad emocional del hogar. Cuando empezó a mirar dentro de sí, en vez de solo fuera.
Así que la próxima vez que escuches ese temido “me aburro”, no te asustes. No corras a taparlo. Respira. Observa. Pregúntate también cómo estás tú.
Porque quizá, en vez de más actividades, necesitas más silencio. Más conexión. Más espacio para ser, no solo para hacer.
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