Cada verano, miles de familias en España buscan las mejores opciones para que sus hijos “no se aburran”. Campamentos, colonias urbanas, talleres, ludotecas… Todo parece estar diseñado para mantenerles entretenidos. Pero hay algo que casi nadie se atreve a decir en voz alta: a muchos niños, esto no les hace bien.
El error más común: confundir ocupación con bienestar
Vivimos en una sociedad que glorifica el hacer. Incluso en vacaciones, parece que no parar es sinónimo de éxito. El problema es que ese ritmo no se adapta a todos los niños. Muchos llegan al final del curso agotados. Y en lugar de descansar, se les impone una nueva rutina con otro nombre.
Los síntomas no siempre son evidentes. A veces no dicen “no quiero ir”, pero su cuerpo habla:
Se levantan irritables.
Dicen que les duele la tripa.
Tienen menos paciencia.
Se muestran más ansiosos o apagados.
Esto no es pereza ni falta de adaptación. Es estrés emocional.
Rutinas disfrazadas de diversión
La trampa de los “campamentos divertidos” es que parecen inofensivos. Y muchas veces lo son. Pero cuando lo que se ofrece es más de lo mismo —estructura, control, exigencias—, el descanso real no llega. Y el niño, lejos de sentirse libre, siente que sigue “cumpliendo”.
La Psicología Positiva no busca entretener, sino conectar con lo que sí tiene sentido para cada persona. En el caso de los niños, muchas veces lo que necesitan es tiempo libre sin propósito. Espacios donde puedan aburrirse sin culpa. Momentos de juego no dirigido. Vínculos sin exigencia.
Qué puedes hacer como madre o padre
No siempre puedes evitar que tu hijo acuda a un campamento, pero sí puedes acompañarlo de otra manera. Estas son algunas ideas:
Valida sus emociones. Si no quiere ir, escúchale antes de corregirle.
Busca equilibrio. Si tiene una mañana intensa, evita que las tardes estén también llenas de actividades.
Regálale momentos de nada. Un niño que se aburre en casa también está creciendo.
Revisa tus propias expectativas. A veces proyectamos nuestras ideas de éxito en su agenda.
Un caso real en consulta
Marta vino a consulta porque su hija de 7 años lloraba cada noche antes del campus. No era un problema puntual: llevaba semanas diciendo que no quería ir. En las sesiones descubrimos que lo que más le pesaba no era el campus en sí, sino el hecho de no tener “días libres” como los adultos.
Reorganizaron parte de las vacaciones. Le ofrecieron elegir dos días por semana sin planes. Y algo cambió. La niña recuperó la sonrisa. Su conducta mejoró. Y Marta entendió que a veces, el mejor regalo no es una actividad, sino un respiro.
Conclusión
El descanso emocional no se programa. Se permite.
Y no solo es cosa de niños. Muchas mujeres viven también atrapadas en rutinas exigentes disfrazadas de “normalidad”. Por eso, en consulta trabajamos con una mirada amplia: lo que vives tú, también lo sienten ellos.
Si este verano notas que algo no encaja, que tu hijo no está bien o que tú tampoco lo estás, no lo ignores.
Pedir ayuda también es un acto de amor.
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